¿Desde cuándo cumplir con el trabajo básico de senador es un mérito extraordinario que merece homenajes, rankings y fotos celebratorias?
En un país donde gran parte de la población lucha por llegar a fin de mes, resulta difícil justificar que un legislador que percibe más de diez millones de pesos mensuales reciba un premio por simplemente estar a la altura de su función. No se cuestiona el reconocimiento al esfuerzo, pero sí la idea de que lo elemental se transforme en hazaña.
Quizá la discusión no pase por el premio en sí, sino por la desconexión creciente entre la política y la gente, donde gestos menores se amplifican como logros en un contexto que demanda resultados concretos, eficiencia y sensibilidad social.
La ciudadanía no pide medallas: pide trabajo real, soluciones y cercanía. Lo demás, suena a ruido.