Parece que algunos clientes confunden el lugar con un baño público de estación de tren: paredes con orina, excremento, escupitajos y hasta chicles coleccionados como si fuera arte urbano. Los baños, directamente, zona liberada: desaparecen toallas, porta papeles y hasta el dispenser, como si alguien armara un kit de supervivencia motelera.
Y cuando no roban, incendian: sábanas y acolchados terminan chamuscados como si el cuarto fuese escenario de un recital de Rammstein.
El descargo virtual no se guardó nada:
“NO SE PUEDE —dicen— ponés algo lindo y lo rompen. Cuiden las cosas”.
Pero lo más fuerte vino después: el dedo acusador apuntó directo a mujeres en sus días. “¡Parece un matadero!”, gritaron desde la página, cansados de paredes manchadas con sangre menstrual. “¿Es necesario? ¡Hay baño y toallas!”, sentenciaron.
El mensaje final es una amenaza con sabor a escándalo: multas, exposición pública y vergüenza asegurada para los que sigan rompiendo las reglas.
En criollo: en el telo ya no alcanza con ir y pagar la tarifa. Ahora hay que portarse bien… porque si no, además de la resaca amorosa, te podés llevar una multa y un escrache en Facebook.